Tras la muerte de Steve Jobs, Tim
Cook asumió las riendas de la compañía hace justo cinco años, un tiempo en el
que ha seguido subrayando el carácter vanguardista de Apple. Hoy, sin embargo,
el fuego de la compañía no calienta con tanta intensidad y su consejero
delegado busca nuevo combustible.
Apple vive una situación inédita,
tras dos trimestres consecutivos de caídas en las ventas del iPhone que han
arrastrado la facturación y el beneficio de todo el grupo. Apple lleva tiempo
tratando de acertar con su diversificación, pero la dependencia del iPhone, que
supone más del 60% del negocio, sigue siendo enorme, pese a la condición
rupturista del iPad o al crecimiento de servicios como la tienda de
aplicaciones Apple Store o el almacenamiento en la nube.
Así, iPhone acapara mañana todo
el protagonismo. Tim Cook presenta el modelo número 7 de la compañía, el
primero que se lanza en dos años y el único que aparecerá en escena en un
contexto de ralentización del negocio. Esta situación hace que el mercado esté
mucho más atento a las características del nuevo teléfono que a la batalla sin
precedentes que acaba de abrirse entre Bruselas y Apple por el pago de
impuestos en Irlanda.
La pugna fiscal es importante,
pero los 13.000 millones de euros que pide la Unión Europea (UE) resultan
insignificantes para una empresa con una liquidez de 216.000 millones. El
acierto con el nuevo modelo y la respuesta de los usuarios son, en cambio,
cruciales para una empresa que se enfrenta a su futuro en apenas unas horas.
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